A veces, el proceso creativo empieza donde menos lo esperas. Así nació La Puebla.
Lo que iba a ser un paseo sin más, camino de un almuerzo navideño en mi pueblo, se convirtió en una idea que no me soltó. Entre campos y silencio, apareció un cartel hecho a mano, fechado en 1960. Los trabajadores me contaron que lo había escrito el abuelo de uno de ellos, aficionado a la caligrafía, sobre azulejos que hoy son casi reliquia.
Le hice una foto, sin saber que, más tarde, acabaría transformándola en una tipografía. No fue un proceso rápido. Primero hubo que estudiar cada trazo, interpretar cómo una mano anónima había resuelto las curvas y los remates, y decidir qué conservar, qué adaptar y qué reinventar. Después vinieron las horas frente a la pantalla, vectorizando letra por letra, cuidando que cada una mantuviera el carácter de ese cartel, pero que pudiera convivir en un sistema tipográfico coherente.
La Puebla no es solo un conjunto de caracteres; es la traducción digital de un gesto manual que sobrevivió más de medio siglo. Una fuente que puedo usar en mis proyectos, pero que, cada vez que aparece en pantalla
Conoce todos los detalles de la fuente aquí.



